Las Actas de Navegación inglesas prohibían taxativamente el comercio entre el Archipiélago Canario y las colonias inglesas de América, limitando las exportaciones de vinos exclusivamente a las islas portuguesas del Africa Atlántica, lo que derivaba en la imposibilidad teórica de exportar vinos canarios a tales colonias. Pero esta limitación originaría en realidad un situación ventajosa para las Canarias, ya que se condenaba a tales posesiones británicas a recibir sólo caldos de las Azores y de Madeira, lo que traería consigo una considerable elevación de su precio, dada la reducida producción ofertada. Dentro de los reducidos límites de este trabajo trataremos de aproximarnos al estudio del papel desarrollado por el comercio entre Canarias y los Estados Unidos de América durante el siglo XVIII. La prohibición paradójicamente originaba a los productores canarios, en una época de profunda recesión en sus ventas, tras las serias limitaciones impuestas a la exportación a la metrópoli, un mercado hacia el que poder canalizar sus caldos por medio de su venta como falsos Madeira. Posibilidad ésta que seducía a los mercaderes norteamericanos ante la disponibilidad de compra de un vino mucho más barato, y sobre todo por la contrapartida de poder introducir a su vuelta sus productos, con lo que aumentaban las exportaciones y se introducían en un mercado atractivo para canalizar sus penetraciones hacia las colonias españolas en América. Debe tenerse en cuenta que este tráfico sólo podía realizarse en buques ingleses y ser conducido por capitanes de esa nacionalidad. Sin embargo, el principal inconveniente que restringía su expansión, y por ende la de las exportaciones vinícolas, era el limitado cupo de importaciones americanas absorbido por el archipiélago, puesto que de otra forma el tráfico mercantil no sería una empresa rentable por los elevados costes que representaría un comercio en un único sentido y que en consecuencia no reportase ningún beneficio a las colonias inglesas de América del Norte. El intercambio tendría que ser parejo en ambas direcciones, porque su eje esencial tendría que ser el trueque de vinos canarios por productos norteamericanos.
Desde el siglo XVII era bastante usual que los caldos canarios se vendieran en el mercado de las nacientes colonias inglesas de Virginia o Nueva Inglaterra. Los navíos británicos fingían salir directamente del puerto de Funchal o de las Azores y hacían escala en el Puerto de la Cruz para dar salida a sus producciones y embarcar vinos. El comercio de Madeira estaba controlado por mercaderes británicos y de una u otra forma, aunque las clases dominantes de la isla pusieran en cuestión los efectos dañinos para sus exportaciones de los caldos canarios, por otra parte eran conscientes de que las importaciones que podrían recibir de las colonias inglesas, especialmente cereales y madera, y que necesitaban por su crónico déficit cerealístico y de barriles de roble de Virginia para sus caldos no podrían ser embarcadas con un coste razonable si una parte de ellas no arribaba a las Canarias, dada la imposibilidad del mercado insular de asumir su totalidad. Esa notoria dependencia y complementariedad de las islas atlánticas explica el carácter continuo y constante del comercio entre Madeira, Canarias y América del Norte. El mercado de ambos archipiélagos era incapaz en periodos de buenas cosechas de dar salida a las exportaciones norteamericanas en el tornaviaje, y esa era uno de sus mayores inconvenientes para mantenerse a largo plazo.
Las incompletas y fragmentarias series de las aduanas canarias son un serio hándicap que nos impide valorar en toda su profundidad las auténticas dimensiones de este tráfico, que es permanente a lo largo de todo el siglo XVIII, pero que se ve obligado a recomponerse en momentos períodos de crisis bélicas entre Gran Bretaña y España a través del comercio con buques neutrales, esencialmente daneses, portugueses, suecos, holandeses y hamburgueses. Llegaría a su apogeo a partir de 1749, año en el que se inicia una etapa de paz hasta 1756 tras los dos largos conflictos bélicos que la precedieron (Guerra Anglo-española de 1739- 1740 y de Sucesión austriaca de 1741-48). Desde entonces se convertiría en el mercado esencial para el comercio de exportación isleño, la prácticamente única salida no coyuntural para sus caldos. En 1770, una de las épocas de mayor apogeo arriban en el Puerto de la Cruz 27 buques procedentes de Norteamérica, que desembarcan 12.710 fanegas de millo, 13.130 de trigo y 2679 barriles de harina. Los cereales y la madera de roble de Virginia, esencial para la fabricación de los barriles y navíos, se convierten en los principales artículos de exportación que podían ofertar los angloamericanos para el mercado isleño. Las restantes producciones, no podemos olvidar que hasta mediados del siglo XIX los futuros Estados Unidos era una sociedad esencialmente agrícola, tenían escasa penetración en las islas. El pescado salado (arenques y bacalao) tenía un fuerte competidor en el banco pesquero canario-sahariano, por lo que las importaciones se reducirían habitualmente a cantidades reducidas de arroz, arenques, bacalao, cera o carne de puerco, restringidas para un consumo de lujo. Un comercio en expansión no podía fundamentarse en tan precarios vínculos, máxime teniendo en cuenta que los cereales norteamericanos sólo eran precisos en momentos de grave penuria alimenticia, ya que en períodos de buenas cosechas el archipiélago era relativamente autosuficiente. Aunque reportaba más ventajas que las importaciones marroquíes del puerto de Mogador, en cuanto ofrecían dar salida a los vinos isleños, a diferencia de éstas, que, salvo reducidas importaciones de manufacturas extranjeras, suponían una seria extracción de plata, sus limitadas ventas pondrían en serios riesgos de futuro su continuidad y su expansión en la medida de que las importaciones angloamericanas fueran precarias. De ahí que las clases dominantes canarias vincularían desde un principio su permanencia y desarrollo con la posibilidad de exportar las harinas norteamericanas a Hispanoamérica, especialmente a territorios deficitarios como Cuba y Venezuela.

La decadencia de las exportaciones vinícolas a Inglaterra es bien patente después del fuerte impacto de la Guerra de Sucesión española. Los intereses políticos y económicos británicos giran en tomo a Portugal. El auge de las explotaciones metalíferas en el Brasil, los intercambios mercantiles ampliamente favorables, su reconducción como aliado incondicional en las crisis bélicas son factores que explican el ventajoso trato fiscal recibido por los vinos portugueses que lentamente van ganando la predilección de los británicos. Si a ello se une la grave erosión en el consumo que originan los conflictos bélicos entre España y el Reino Unido, la generalización del té como sustituto en los desayunos del malvasía blanco canario, los elevados impuestos que sufren las exportaciones isleñas y una abiertamente favorable balanza en las relaciones británico-portuguesas, podemos entender como el malvasía isleño tenía cada vez menos posibilidades de futuro a mediados del siglo XVIII, hasta el punto de restringirse paulatinamente su espacio cultivado hasta su conversión a finales de la centuria en una producción meramente testimonial y con una finalidad prácticamente de consumo de lujo de sus propietarios o para fines medicinales.


Desde principios de este siglo empezó su patria a experimentar tan grande atraso en el comercio de sus vinos generosos, principal o casi único recurso para el sustento de sus habitantes, que se vio reducida por los años de 57 a un extremo de miseria, no por falta de sus cosechas de vinos, sino por las de sus ventas, porque no siendo dichos vinos efectos de primera necesidad, sino medio para adquirirlos, no teniendo los primeros salida debían por precisión faltar los segundos. Hallándose aquellas islas en este infeliz estado, procuró el padre del exponente mudar de sistema en dichos vinos con ánimo de fomentar un nuevo comercio y a fuerza de actividad, negociación y experiencia llegó a conseguir que los años de 59 y 60 se hiciese una nueva extracción de vinos secos en lugar de los generosos que antiguamente se sacaban, y aunque no se logró una venta de mucha estimación, se consiguió a lo menos una cómoda salida de aquellos frutos que, permaneciendo dentro de las islas, constituían a sus habitantes en la mayor infelicidad.
Comerciantes y hacendados canarios vieron en el mercado colonial inglés la posibilidad de canalizar sus producciones vinícolas ante la inviabilidad de otras salidas. Aunque los Blanco, Cólogan o Commins participaron activamente en estas exportaciones, debe reseñarse dos casos significativos en la época anterior a la independencia, los Pasley y los Franchy. Los primeros fueron la única gran casa protestante inglesa que sobrevivió a las tormentas bélicas del siglo XVIII, tras la desaparición de los Crosse a mediados de la centuria, que estaban agrupados en compañía con sus parientes los Little. Con casas de comercio en Lisboa y Londres, hegemonizando los cargos consulares, para ellos fue relativamente fácil sortear por su condición de ingleses las Actas de Navegación y conducir en buques de su propiedad los caldos tinerfeños. Con una calculada meticulosidad mercantil giraban sobre su sede en Lisboa el dinero recaudado cuando no había escasez de granos en las islas o, cuando ello acontecía, Lo transformaban en harinas que les proporcionaban importantes beneficios en tales períodos de malas cosechas. El caso de la familia Franchy es sin duda más singular, por cuanto constituye la decidida actitud de un linaje de la nobleza tinerfeña por incorporarse activamente al mundo mercantil para dar salida a los vinos de sus haciendas. El iniciador de estas empresas mercantiles fue Juan Fran cisco de Franchy Benítez de Lugo (1698- 1774). Coronel del regimiento de La Orotava, alcaide del castillo del Puerto de la Cruz. Había sido administrador General de la Real Hacienda en el archipiélago en los años 1740 y 1741. De ideología ilustrada, fue miembro de la Tertulia de Nava y desarrolló intensas actividades mercantiles con Hispanoamérica, Europa y las colonias inglesas de América del Norte, llegando a fletar expediciones y a ser propietario de barcos construidos en los astilleros de Boston. En colaboración con el Comandante General Emparán y los Marqueses de Celada y Torrehermosa habían constituido una empresa mercantil que utilizaba a capitanes irlandeses como testaferros para sortear las prohibiciones británicas y que tenía como finalidad vender vinos isleños en las Trece Colonias y suministrarse de barriles y barcos, siendo éstos últimos empleados en el comercio canario-americano. Entre esas expediciones debemos reseñar la del irlandés Alejandro French al puerto de Boston en 1736. En Boston se mantenía la ficción, dada a la luz, incluso en la prensa, que su destino era Funchal. Realizó en dos ocasiones ese mismo trayecto con ese barco hasta que fue procesado por la Inquisición a resultas de una denuncia en la que se le acusaba de pertenecer a la francmasonería. Estas empresas mercantiles las siguió desempeñando a lo largo de toda su vida, como se puede apreciar en los registros aduaneros y en la contrata de compañía que realizó en 1749 con el Marqués de Celada, Diego Benítez de Lugo, miembro de una familia por aquellos años con estrechas conexiones comerciales, especialmente en el ámbito americano. Su hijo Juan Antonio y su nieto, el ya referido Gaspar de Franchy, continuaron con tales actividades mercantiles con los Estados Unidos fletando ellos directamente barcos o a través de intermediarios como Bartolomé Sinnot. Del primero conocemos en que en 1760 fleta el Cazador de 30 o 40 toneladas, procedente de Rhode Island, bajo su consignación, que transportaba madera, arroz y suela, aunque en los registros aduaneros se encargaba de sus gestiones mercantiles el anteriormente reseñado. Los continuos conflictos bélicos acaecidos a mediados de la centuria (Guerra anglo-española de 1739-40, de Sucesión Austriaca de 1741-48) y de los Siete años entre 1756-1763) obstaculizaron en buena medida estos intercambios mercantiles entre las Trece Colonias y las Canarias. Varios registros aduaneros del Puerto de la Cruz que se han conservado nos pueden dar alguna luz sobre el tráfico mercantil con los Estados Unidos a mediados del siglo XVIII. En el período de guerra acaecido entre 1739-1748, el comercio de neutrales sería la prácticamente única posibilidad de intercambio. Es el caso en 1741 del buque portugués Madre de Dios que trae bacalao desde Lisboa a los puertos de Santa Cruz y Puerto de la Cruz y exporta malvasía, o del danés La Orotava, al mando del capitán Robert Williamson, que procede de la isla de Saint Thomas y que desembarca 4445 duelas de dicha isla “de la misma calidad que la de Virginia” según reza en el registro aduanero. Evidentemente era madera norteamericana, puesto que la desértica isla antillana era incapaz de suponer comercio maderero, por lo que se trata de un eufemismo. En 1742 la corbeta holandesa San Andrés, procedente de la isla de San Eustaquio que sí precisa que lleva carga de Cabo Bretón y Tierra Firme de Canadá en la América. En 1748 la corbeta holandesa la María, procedente de la isla de San Eustaquio, sí expresa que la mercancía era millares de madera de Virginia. E idéntica carga alberga la goleta portuguesa Nuestra Señora del Libramento.

[Gaspar de Franchy:]
Este conflicto bélico, en opinión de Gaspar de Franchy, que traería consigo la toma de la Habana "destruyó este reciente comercio que se renovó, aunque no del todo después de concedida la paz". La Casa de Franchy en esa coyuntura, “a costa de muchas diligencias y de bajar el precio de sus vinos, logró una venta constante de ellos, con que hizo otro nuevo servicio a su patria en la escasez de víveres que experimentó casi al salir de la guerra. En períodos de buenas cosechas “disfrutaba” de la comodidad de vender anualmente sus cosechas de vinos a una casa de Filadelfia que a los 6 o 8 meses de embarcado el vino le ponía en Lisboa once mil pesos de la cargazón contratada anualmente desde donde con total comodidad y conveniencia lo pasaba a Canarias. Con la grave escasez de víveres que sobrevino a las islas en 1763 y entre 1768 y 1773 dispuso que las remesas se realizasen en granos, y para verificarlo con la brevedad que pedía la necesidad, bajó considerablemente el precio de los vinos, para que se hiciesen con anticipación a los 6 meses estipulados para los pagamentos. Gaspar de Franchy atribuyó esa transformación a su generosidad y patriotismo, pero le sorprendió la notable duración de la escasez de víveres por lo que no pudo recuperarse de los atrasos del año anterior con las cosechas siguientes, por lo que se vio en la necesidad de valerse del último repuesto de sus vinos para satisfacer las remesas de granos. Debemos de tener en cuenta que para vender los vinos anualmente necesitaba tener un repuesto de tres cosechas en sus bodegas para embarcar la primera a los tres años de edad. Al no ser posible
Este conflicto bélico, en opinión de Gaspar de Franchy, que traería consigo la toma de la Habana "destruyó este reciente comercio que se renovó, aunque no del todo después de concedida la paz". La Casa de Franchy en esa coyuntura, “a costa de muchas diligencias y de bajar el precio de sus vinos, logró una venta constante de ellos, con que hizo otro nuevo servicio a su patria en la escasez de víveres que experimentó casi al salir de la guerra. En períodos de buenas cosechas “disfrutaba” de la comodidad de vender anualmente sus cosechas de vinos a una casa de Filadelfia que a los 6 o 8 meses de embarcado el vino le ponía en Lisboa once mil pesos de la cargazón contratada anualmente desde donde con total comodidad y conveniencia lo pasaba a Canarias. Con la grave escasez de víveres que sobrevino a las islas en 1763 y entre 1768 y 1773 dispuso que las remesas se realizasen en granos, y para verificarlo con la brevedad que pedía la necesidad, bajó considerablemente el precio de los vinos, para que se hiciesen con anticipación a los 6 meses estipulados para los pagamentos. Gaspar de Franchy atribuyó esa transformación a su generosidad y patriotismo, pero le sorprendió la notable duración de la escasez de víveres por lo que no pudo recuperarse de los atrasos del año anterior con las cosechas siguientes, por lo que se vio en la necesidad de valerse del último repuesto de sus vinos para satisfacer las remesas de granos. Debemos de tener en cuenta que para vender los vinos anualmente necesitaba tener un repuesto de tres cosechas en sus bodegas para embarcar la primera a los tres años de edad. Al no ser posible
"la dura necesidad de abandonar las expresadas ventas de sus vinos y de malbaratar los de sus cosechas sucesivas, (...) de que también resultó que faltar reparos sus haciendas, se hubiese atrasado de tal modo que, sin embargo de haber heredado nuevas posesiones que casi producían otro tanto vino como las primeras, no haya podido tomar unos años con otros a más de 4500 pesos en cada uno en lugar de los 11.000 que antes tomaba anualmente con total quietud y seguridad, y como hay 16 años que sufre esta pérdida se sigue que la del exponente sube a más de 70.000 pesos".
Franchy, que trató de averiguar las causas que explicaban el porqué de la lentitud de los progresos de las exportaciones vinícolas después de la Guerra del 63 embarcó con ánimo de averiguar los medios que pudiesen servir para fomentar el bien de su patria”. Expuso con crudeza que "los vinos secos de Canarias tienen alguna salida en Filadelfia si se toman a cambio de ellos algunos frutos del país, en especial las harinas que se gastaban en la Habana, como asimismo estaño y cobre todo en pasta y alguna poca de cerveza".
El quid fundamental del futuro de este comercio se cifraría en el tornaviaje, pues un tráfico sólo de ida era inviable y no interesaba a los norteamericanos. Mas el mercado canario era incapaz por su escasa demanda de consumir los pocos productos que ofertaban las Trece Colonias. De ahí que la venta de las harinas norteamericanas en Cuba y Venezuela fue la panacea que esgrimirían las clases dominantes insulares para hacerlo viable y servir de apoyatura y estímulo al alicaído tráfico canario-americano después de la grave crisis que supuso para él la progresiva entrada en vigor del libre comercio. El espectacular incremento del comercio canario-norteamericano en los años 1759-60 se vio seriamente obstaculizado en los años posteriores por el recrudecimiento de la Guerra hasta el año 1763. Tras la paz, llegaría un período de bonanza que comprendería hasta la declaración de guerra por parte de España en 1779 y su consiguiente entra da en el largo conflicto bélico de la Independencia Americana. Esta etapa fue una época de esplendor de este intercambio que contrastaba manifiestamente con la crisis del canario-americano, con la excepción particularizada de la Venezuela de la Compañía Guipuzcoana y con la práctica inexistencia de intercambios con Inglaterra y los restantes países europeos, especialmente desde el punto de vista de las exportaciones insulares. Basta contratar este hecho en los registros aduaneros del Puerto de la Cruz, principal eje mercantil con Europa y los Estados Unidos. En ese año fueron exportadas a Inglaterra 160 pipas de vidueño, 9 de vidueño verde, 2 de malvasía y 1 de aguardiente. Por contra a los Estados Unidos, se puede cifrar en 1783 pipas de vidueño, 9 de verde, 16 de aguardiente y 36 de malvasía. La abultada diferencia evita todo comentario. [...]http://www.mgar.net
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