domingo, 5 de junio de 2011

Burros en Canarias 1

El burro, animal cuyas cualidades para el trabajo y el transporte lo hicieron indispensable en casi todas las sociedades humanas hasta no hace mucho, se enfrenta a la extinción por las mismas razones: ya no es necesario. A las islas Canarias llegó a partir del siglo XV y con sus moñicos se mantenía el fuego.
 
EN TODAS LAS ISLAS 
 

Niño monta un burro que acarrea agua en Tacoronte (Tenerife) en 1907./ EL MUSEO CANARIO


La cagarruta que dio fuego al hogar

Por Yuri Millares
La vida de los isleños de este archipiélago se escribe, en los últimos cinco siglos, ligada a la presencia de un animal que aró la tierra, trilló el grano, movió molinos de gofio, sacó agua de pozos y la transportó, y un largo etcétera que incluye mantener vivo el fuego en el hogar, esa lumbre imprescindible para cocinar y dar calor que no siempre había con qué encenderla. En El Hierro, Juan Antonio González Rodríguez, agricultor que en marzo de 2004 cumplió los cien años de edad, relataba en una ocasión que “antes aquí nunca se acababa el fuego, porque hoy me tocaba a mí, agarraba un tronco de higuera seco y lo tenía toda lo noche encendido y después agarraba una cagarruta de un burro, seca, la abría, y ponía una brasita y venía usted con eso a encender en su casa. Eso después lo soplaba uno, armaba llama y le echaba unos pañucos o un trozo de tea y hacía el fuego”. De este modo, los vecinos se turnaban para tener siempre un recurso vital. “Claro. Yo iba o mandaba a un chico: ‘Vete a casa del vecino y trae el fuego’. Salía a casa del vecino y llegaba con el moñico ese, que le decíamos moñico, se le ponía una brasita y después eso agarraba fuego. Y esto se ríen si me pongo a contarlo, cosas que ignoran”, explica.
Preguntar a los mayores por el burro es revivir sus propias vidas y cómo las vivían entonces. Hombres y, también, mujeres. En La Palma, Leoncia Díaz Brito, tijarafera que se afincó en el Puerto de Tazacorte, mantuvo mucho tiempo el contacto con su tierra natal, distante apenas unas horas a pie por el camino real que sube el risco del Time. “No dejamos de sembrar allá”, era la justificación: papas, cebada y garbanzos “con el agua que llovía, porque no había riego”. Allá en Tijarafe su padre también tenía tienda y aunque “hoy es más fácil tener un coche en la casa que entonces un burro, papá tenía siempre uno porque tenía que subir las cargas del porís, donde las dejaba la falúa, para la tienda”. Una tienda que se quemó y donde “había de todo: tejidos, víveres, ferretería, calzado, de todo lo que se pudiera vender”.
Ramón Cabrera Darias salió de La Gomera cuando tuvo que ir al cuartel en 1935 y la guerra civil hizo que su servicio militar se alargara ¡siete años! Pero considera que tuvo suerte, ya que estuvo asignado a las compras de su compañía y viajaba junto al conductor de un camión que, infinidad de veces, le aconsejó aprovechar la ocasión para sacarse el carnet de conducir. “¿Para qué diablos quiero yo ese carnet si en La Gomera no hay carreteras? Cuando vuelva, si puedo, lo que hago es comprarme un burro”, decía él, convencido de que eso era lo más sensato. Y eso hizo, se compró un burrito y siempre tuvo las siguientes décadas (suma unos 20 a lo largo de su vida), hasta que, ya abuelo, lo cambió por una carrucha con motor cuando la construcción de la presa Marichal llevó la carretera cerca de sus viñas, en lo más profundo del barranco de Vallehermoso.
En Tenerife sirvió de medio de transporte de los más variados productos y hasta los turistas que, a caballo entre los siglos XIX y XX, visitaban esta isla, encontraban tarjetas postales ilustradas y coloreadas con vendedoras de leña, por ejemplo, siempre acompañadas por estos animales. Domingo Rodríguez Rojas, antiguo carbonero, cabuquero y agricultor en Las Carboneras extiende la capacidad de trabajo y de carga de estos equinos a los propios isleños que, como él, han trabajado muy duro toda la vida, dando lugar a una expresión muy común: “Antes cargábamos aquí como burros –dice–, porque esto era el barrio con más agricultura que tenía todo Anaga”. Incluso fabricaba albardas ¡para hombres!, “la albardilla le decíamos nosotros; y la mujer llevaba el ruedo en la cabeza. Los burros éramos nosotros”.
En Gran Canaria, isla donde se celebra la única feria de ganado sólo de burros del archipiélago (ver texto independiente más abajo), el antiguo pastor Jacinto Ortega Ramírez recuerda la única época de su vida en la que también se dedicó a sembrar, simultaneando agricultura y cabras. Fue en Tifaracás, en un cortijo entre Tirma y la Aldea de San Nicolás. “Los tomateros era un follón, porque después había que llevar los tomates a La Aldea en un burro y el burro no llevaba sino dos cestillas de pírgano. Creo que tardábamos dos o tres horas, caminando de Chofaracás allá abajo. Había que coger los tomates hoy para llevarlos mañana, porque no se podían coger para llevarlos el mismo día”.
En Fuerteventura y Lanzarote, junto a los camellos, han tenido una presencia aún más singular, si cabe. En la primera de estas islas, con una raza propia reconocida como tal y manadas incluso en estado salvaje, de las que aún hoy quedan pequeños reductos en Jandía; en la segunda, por su participación en unas labores tradicionales que incluyen la preparación de terrenos y siembra en enarenados de ceniza volcánica.

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