jueves, 24 de febrero de 2011

LA EMIGRACIÓN Y SU TRASCENDENCIA EN LA HISTORIA DEL PUEBLO CANARIO (X) 1/ parte


Andrés  García  Montes 
ACCIÓN DE LOS INMIGRANTES CANARIOS EN LA DEPRESIÓN DE QUIBOR primera parte 
Para mediados de la década de los ochenta del pasado Siglo XX, una llamada telefónica me puso en comunicación con el catedrático de la Facultad de Historia de la Universidad Central de Venezuela (UCV) Manuel Rodríguez Campos, quien para la época efectuaba una investigación sobre la labor de los canarios en el Valle de Quibor, Estado Lara.
El dueño del Hotel donde se hospedaba un canario, me conocía y nos puso en comunicación. Tuvimos largas y fructíferas conversaciones, le puse en comunicación con numerosos canarios, le acompañé en varias entrevistas, y el Prof. Rodríguez Campos me mostró su agradecimiento por tal ayuda.
Tiempo después tuvo la amabilidad de enviarnos el trabajo que, de inmediato, doy a conocer a mis amables lectores. Con cuyo aporte finalizo esta serie de diez (10) entregas con las cuales he pretendido hacer un pequeño aporte a la extraordinaria labor que los centenares de miles de anónimos hijos del pueblo canario han cumplido en más de 600 años de emigración constante, y que la interesada cultura impuesta, en su nefasta labor de exclusión y racismo, trata de enterrar en el profundo sepulcro del silencio y la ignorancia y que los que sentimos y amamos a nuestra Patria Canaria, estamos en el deber y la obligación de rescatar, como parte integrante de nuestra historia.
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Sobre la tierra asoleada, nada de agua. Esparcidos en ella, pocos hombres. Los dones de la naturaleza, escasos. En un país como Venezuela, conocido por su vegetación y fauna exuberante, la depresión de Quibor era un patético desmentido a esta generalización. Inmediata a dos comarcas fértiles y pujantes, la prosperidad de éstas cerraba el círculo de su destino, condenada al estancamiento perpetuo. Transcurrieron años y siglos y siempre fue así.
A mediados de la década de 1950 se residenció allí un inmigrante canario forjador de sueños y al realizar algunos de ellos desencadenó una serie de actividades que cambiaron totalmente la imagen anterior. Se empeñó en conseguir agua del subsuelo y lo logró; se empeñó en acabar con la esterilidad de la tierra y también lo consiguió; todo esto con la intención de cultivar comercialmente dos y tres frutos; y obtuvo una alta productividad.
La proeza de este hombre abrió nuevos horizontes a la depresión de Quibor y a la Ciudad de ese nombre; se llenó el campo de parcelas irrigadas y abonadas por multitud de agricultores que siguieron su ejemplo y copiaron los procedimientos ideados por él, mejorándolos en algunos casos. Afluyeron muchos hombres, venezolanos y canarios. Estos últimos formaron un numeroso grupo que contribuyó en gran medida a fundar las bases de los cambios experimentados por la región, al punto de que cuando se piensa en su prosperidad actual, la colonia canaria es asociada de manera indisoluble a todos los pasos del proceso cumplido.
Sobre una Tierra Yerma
Las aspiraciones a una vida mejor eran segadas por la realidad. Quien pretendiese mayor gracia tenía que buscarla en otra parte, porque allí no había ninguna. Casi un desierto, Quibor sólo ofrecía recursos a sus hijos para administrar la pobreza. El fatalismo señalaba la emigración interna como el único medio para superar el cerco de la miseria. Sin embargo, las extensas tierras sobre las cuales se asentaba eran un potencial ignorado de riquezas a la espera de un visionario que la descubriese. Ese fue el inmigrante canario José Rodríguez León, iniciador de felices experiencias que desde 1960 han elevado la zona a un lugar privilegiado en la producción agroalimentaria nacional.
El Paisaje Natural
Es conocido por la generalidad de los venezolanos como el Valle de Quibor y por este topónimo se le denomina en crónicas antiguas y recientes, en mapas y hasta textos de geografía contemporáneos, aunque según los especialistas, su geomorfología es la de una depresión. Se trata de unos suelos planos de aproximadamente 43.000 hectáreas, bordeados de un amplio semicírculo de montañas, donde se afirma que existió un lago.
Las elevaciones circundantes sufrieron un milenario proceso de erosión que las deterioró gravemente. A consecuencia de éstos, muestran su estructura rocosa, después de haber cedido a los pisos más bajos lo que alguna vez fue la capa vegetal que se inclinaba hacia ellos. Sobre la tierra depositada en el antiguo lecho continuó la acumulación de materias más pobres, trasladadas por el viento y las aguas de lluvia; de esta manera la depresión quedó cubierta por un manto de mezquina fertilidad, a causa de lo cual durante siglos se la tuvo en muy baja estima.
Aquellos son recordados como unos parajes áridos, desnudos en algunas partes y cubiertos en otras por vegetación de la familia de las xerófilas; donde las lluvias no son tan frecuentes y cuando caen, el agua es inmediatamente absorbida por la gran sed de la tierra, o evaporada por la acción de los rayos solares combinados con temperaturas diurnas superiores a los treinta grados centígrados.
Allí no había alicientes para la acción cultivadora del hombre, debido principalmente a tres razones poderosas. Una, la carencia de agua para regar los sembradíos; otra, la existencia contigua del Valle de El Tocuyo, extenso, fértil y abundantemente provisto de aquel recurso por el río del mismo nombre; y para mayor desaliento, la escasa cantidad de población distaba mucho de estimular esfuerzos productivos de alguna magnitud.



                                                    valle de Quibor                                 


La Huella del Hombre
Los primeros asentamientos humanos enclavados en la depresión de Quibor son de origen prehispánico, según lo atestiguan excavaciones arqueológicas realizadas en lo que hoy es el centro urbano del cual esa formación toma su nombre. Después del descubrimiento, los españoles recién posesionados de la franja costera situada unos doscientos kilómetros al norte pasaron por la región en plan exploratorio y al trasponer las montañas fundaron la primera ciudad venezolana que tierra adentro ofrece evidencias de su afán conquistador (El Tocuyo, en 1545). Sobre la huella aborigen se producirá desde entonces un tránsito de horizontes más amplios, que girará en los límites mínimos del eje constituido por las ciudades de Coro (1527), Barquisimeto (1552) y El Tocuyo. Emplazada en esa ruta, pronto Quibor alcanzará entidad de lugar poblado por conquistadores y sus tierras comenzarán a producir algunos alimentos para contribuir al magro sustento sobre cuya base habrá de transcurrir la vida colonial.
La mayor parte de los productos vegetales consumidos por la población eran obtenidos en algunos retazos del pie de monte cercano y de la serranía donde la erosión no había causado mayores daños. Escasas porciones de la depresión fueron utilizadas para plantar reducidos cultivos de fruto menores, mientras toda su extensión sirvió para criar ganado cabrío. Como única posibilidad de aprovechamiento económico más allá de la subsistencia simple, la ciudad fue mercado y centro manufacturero de cueros de chivos.
Advino el período republicano y la vida, antes que mejorar, empeoró porque a menudo los trámites civiles y mercantiles fueron preferidos por acciones militares -guerra de emancipación, guerras civiles, asonadas caudillescas- que arrasaban los recursos humanos y materiales por donde pasaban. A principios del presente siglo comenzó una época de relativo sosiego; pero el bienestar económico fue esquivo a la región, debido a la cercanía de dos polos de crecimiento acelerado, representados por Barquisimeto y El Tocuyo (cada uno distante menos de treinta kilómetros en direcciones opuestas). Cercado por sus dos salidas de comunicación e intercambio, Quibor se iba quedando notablemente rezagado en la geografía económica nacional.
No se veían signos de progreso cuando apareció en escena el canario José Rodríguez León. Este hombre llegó al país como inmigrante en 1944 y había recorrido varias regiones ejerciendo distintos oficios, uno de los cuales lo llevó a conocer el Valle de El Tocuyo, donde algunos paisanos suyos cultivaban tomates en cantidades comerciables. En 1948 se instaló allí como arrendatario de tierras y se dedicó a producir esta hortaliza. Debido a que por esos lares no se conseguían abonos químicos, se vio precisado a recorrer la depresión de Quibor, como lo hacían otros agricultores, para recoger los excrementos de las manadas de cabríos a fin de aplicarlos al abonado de sus siembras. Ocupado en sus labores de recolector observó que en reducidos espacios  el verdor de las plantas superaba en intensidad al de otras cercanas, aunque la tierra nutricia tenía la misma apariencia. Su sentido práctico y tal vez una intuición providencial le sugirieron la existencia de agua a escasa profundidad allí donde se producía aquel fenómeno. Exploró diversos parajes hasta encontrar los vestigios de un surco que le pareció sería el lecho de un río desaparecido, cuyas aguas podrían localizarse en el subsuelo. Gestionó la compra de dos hectáreas y media en el lugar que consideró más apropiado, de las cuales su dueño se sintió feliz al desprenderse, pues la consideraba sin ningún valor y había topado con un ingenuo que pagara un buen precio por ellas.
Nuestro hombre sabía que la tierra de la superficie era extremadamente pobre; pero consideraba segura la obtención de agua, en una región donde el régimen de las lluvias, más moderado que en el resto del país, le permitiría recoger dos cosechas por año en vez de una, como era lo habitual en otras partes donde había sembrado.
Comenzó a perforar con procedimientos rudimentarios, por carecer de recursos financieros para utilizar la tecnología disponible en la región. El trabajo le llevó dos años; comportó exigencias rudas para su capacidad física y lo sometió a pruebas de un carácter tal, que podían abatir la voluntad de cualquier hombre. Este no flaqueó y al fin, en 1955, su esfuerzo se vio coronado por el éxito, a quince metros de profundidad dio con un surtidor que le proporcionó abundante cantidad de agua, suficiente para regar un área, varias superior a la suya.
Este chorro deparó un frescor de esperanza a su buscador; pero por sí solo apenas alteraría el marasmo de la depresión, pues la tierra seguía siendo infértil y en esas condiciones de nada valdría toda la capacidad de riego lograda.
Surge un Prodigio Agrícola
Descubrir agua en la región era un gran paso; el siguiente -y definitivo- sería encontrar la forma de convertir en productivos los suelos. También de eso se encargó José Rodríguez, con mayor tenacidad que antes, porque se sentía cercano a redondear una obra importante; y lo hizo. Tras las noticias de sus exitosas experiencias se produjo la invasión del campo y el crecimiento acelerado de la ciudad. Un numeroso grupo de canarios, en concurso con labradores venezolanos, agregó cifras a la producción agrícola de la depresión hasta hacer de ella el oferente principal del consumo nacional en los frutos que allí se cultivan.
El desarrollo de este emporio fue obra nacida al margen de la intervención gubernamental. Por falta de ella ha tropezado con algunas dificultades, incluso de origen oficial, afortunadamente ya resueltas o en vías de solución.
La Constancia Premiada
Animado por la nueva perspectiva, José Rodríguez adquirió más tierras y dedicó pequeños lotes a ensayar los modos de conseguir su mejor aprovechamiento. Trataba  de descubrir las condiciones adecuadas para obtener buenas cosechas de tomates a mayor escala, aplicables a toda la extensión de la cual se había convertido en propietario.
Hay quienes empíricamente han llegado a afirmar que en la depresión existía una capa de tierra fértil oculta bajo los últimos sedimentos depositados por el proceso de erosión. Rodríguez cuenta que sus siembras iniciales germinaban gracias al riego que les daba; pero al comenzar a crecer se marchitaban, porque aquella capa sencillamente, no existía. Su segundo logro, entonces, debió ser la fertilización artificial de los labrantíos. Simultáneamente descubrió que la permeabilidad y consistencia de la tierra no eran homogéneas, por lo tanto, la evaporación y la fuga del agua hacia el subsuelo no se producían de manera uniforme, como, por lo mismo, no era pareja la retención de los fertilizantes por los suelos. Estos nuevos tropiezos le hicieron perder tiempo mientras encontraba las soluciones adecuadas y establecía los patrones correspondientes.
Después de varias experiencias poco estimulantes y las consiguientes vueltas a emprender; de agotar sus fondos sin posibilidades de auxilio; de obtener productos escasos, aunque ascendentes; de oír consejos y opiniones disuasivas de familiares y amigos; de ser calificado de contumaz, en 1960 nuestro insistente amigo logró su objetivo último, al recoger una cosecha de tomates cuyo rendimiento estimó en más de cien mil kilogramos por hectárea.

Este sería el punto de partida para que ocurrieran transformaciones radicales en la depresión de Quibor y la ciudad de mismo nombre. Al hacerse posible la agricultura en una extensión tan grande como aquella y con la alta productividad señalada, esto atrajo una apreciable cantidad de labradores (nativos y extraños, estos últimos exclusivamente canarios) que al instalarse en las nuevas tierras desplegaron una febril actividad agrícola y urbana de considerables proporciones.
Felizmente para la región, las tierras quiboreñas se abrieron a la agricultura cuando en las del Valle de El Tocuyo comenzaba a producirse un cambio de uso debido a la ampliación de la industria azucarera instalada allí desde tiempos coloniales. Los productores de hortalizas y otros cultivos tuvieron que ceder ante el empuje de las nuevas inversiones y buscar otros rumbos; éstos se le ofrecían a escasa distancia, donde podrían trabajar sin problemas aparentes. 


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Educado Paz comenta: este artículo, lo pondré de dos veces para que no se haga tan largo

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