viernes, 11 de marzo de 2011

Latonero

La latonería es un oficio en vías de extinción en Canarias. Casi no quedan artesanos que se dediquen a él, aunque no es una profesión que haya perdido su razón de ser. Víctor García, con su taller en Monte Breña (La Palma), tiene en agricultores, churreros y reposteros clientes muy fieles.

“Todo procuro buscarlo en lo antiguo”

Por Yuri Millares
El molino de gofio de La Polvacera, en el municipio palmero de Breña Baja, ha sido el eje de la vida profesional de Víctor García Pérez. Recientemente se ha jubilado, pero no se ha quedado ocioso, porque desde hace más de una docena de años también ejerce la profesión de latonero. “Aunque siempre he trabajado en el molino, desde chico me ha gustado trapichar”, explica.
“Tuve un tío que era latonero, casado con una hermana de Mamá. Siempre he tenido la curiosidad, cuando voy a un sitio que están trabajando, de mirar y observar cómo trabajan. Y me acuerdo, era yo chico, de verlo con calderos viejos, palanganas, orinales, para arreglar: para tapar el jurito [juro: agujero] del caldero; para ponerle otro fondo a la palangana de lavarse la cara, porque ya no aguantaba los remiendos que tenía. Me acuerdo de verle poner unas arandelitas de cobre, un remache que majaba por dentro y por fuera, con el que tapaba los juritos”.
Para pegar piezas que no llevaban remache, su tío empleada un soldador que funcionaba con carbón, “porque no había electricidad ni gas butano: tenía un brasero con carbón y allí ponía los soldadores a calentar. Yo llegué a tener el soldador de carbón pero lo calentaba con gas butano; el carbón no lo usé nunca”.


Moldes de rapadura
Víctor García recibe numerosos encargos en función de los cuales se pone a trabajar en su taller, un amplio garaje donde tiene sus herramientas y materiales. Sobre la mesa con el torno, iluminada por una ancha ventana, tiene unas pilas de moldes para rapaduras que acaba de terminar. Es el último encargo que ha recibido; doscientos moldes de dos tamaños, cien de cada uno. Quien se los pidió le trajo los modelos, para reponer algunos que se le han ido rompiendo “y que cuantos más moldes tiene, más aprovecha. Yo le hecho a este hombre más de mil moldes, de distintos tamaños. Es lo que él dice: ‘Si tengo cien moldes tengo que hacer dos kilos de mezcla para llenarlos; ahora, si tengo doscientos, hago cuatro kilos y en el mismo tiempo”.
No es el único repostero al que este latonero le fabrica los moldes del sabroso y tradicional dulce palmero. También son muchos los agricultores que vienen a pedirle azufradores. Él los hace de dos clases: uno tiene la forma de un pequeño caldero “con su tapa y todo”, dice, pero “agujerado por el fondo y lleva por un lado un palo de dos o tres metros para [azufrar en] una latada de viña en alto, o para árboles: aquí lo usan mucho en los mangos y en los aguacates”; el otro es el azufrador de mano para la viña, que cada año le encargan viticultores en los meses de marzo, abril y mayo.

Churros de una jeringa
“Después está lo de los churros. Aquí siempre se han usado los churros, pero ahora más todavía”, asegura. “En los bares hay churrerías y hacen todos los días; y en las fiestas, normalmente todos los quioscos hacen churros, es una cosa a la que le ganan mucho, les merece hacerlo”. El resultado es una gran demanda de cristeles para churros, unas jeringas metálicas de gran tamaño donde se coloca la masa que se vierte sobre el aceite caliente.
La cantidad de utensilios de trabajo y domésticos que fabrica en su latonería es enorme (faroles de muchas clases, cuartas arrobas, el jarro de pila de agua; el jarro de medio litro para la leche; los moldes para flanes y para pudines al baño maría; los foniles para el lagar y los baldes perforados para colar el mosto cuando se está pisando; etc.). Para todos ellos tiene sus respectivas plantillas, que él mismo se ha ido fabricando, unas desarmando viejas piezas de latón y otras a base de tomar medidas.
“Todo procuro buscarlo en lo antiguo”, resume, poniendo como ejemplo una de las herramientas más originales de La Palma: el calabazo para el riego de plataneras de Argual. “El normal es de catorce litros y de ahí para abajo hago hasta de tres litros, para que los niños chiquititos puedan con él, porque ahora es un juego autóctono. Siempre con las diecisiete piezas que lleva”.
PASO A PASO

Azufrador para viña

El azufrador, del que tiene dos modelos, es una de los utensilios que Víctor García fabrica con más frecuencia. El más habitual, que se emplea en la viña y los sembrados de papas, tiene forma cónica de botella invertida: el culo al final del cono se ensancha para que no se escape de las manos; la cabeza está agujereada para que espolvoree la planta.
1. Lápiz de latonero
El azufrador de viña consta de ocho piezas. Con  las plantillas de cada una de ellas y un lápiz de latonero (la punta es una tacha de hierro) marca arañando la plancha de cinc galvanizado.
2. Tijeras y cizalla
Con una tijera de cortar lata recorta las partes curvas de las piezas marcadas. “Lo que es derecho se puede cortar con cizalla”, dice.
3. Doblar y soldar
Dobla las piezas a mano en el torno, con plantillas de madera para poder darles forma redondeada. Después utiliza soldador eléctrico para unirlas, aunque el cuerpo lleva su lateral enmalletado, sellando las dobleces a golpitos de martillo.
4. Tapa y 300 agujeros
Hecho el cuerpo, prepara la tapa (que llama cabeza), a la que hace 300 agujeros con un taladro y broca de 1,5 mm para que “polvorice el azufre”.
5. Cabeza ovalada
Es importante golpear la tapa sobre un taco para que coja forma ovalada, “y polvorice en redondo; si queda plana no polvoriza sino al frente”.


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