lunes, 18 de abril de 2011

La Aldea de San Nicolas, Gran Canaria


 Hoy vamos a dejar a un lado las fiestas y vamos a retomar la historia de los pueblos de Las Islas Canarias.
Salimos del pueblo Marinero de Agaete en dirección al extremo más occidental de Gran Canaria, después de pasar los 365 días pero en curvas, llegamos al municipio de San Nicolás de Tolentino emplazado en un valle y rodeado de montañas con una única salida al mar.
El municipio de la Aldea de San Nicolás, se alarga de norte a sur, en una irregular franja de 139 Kms. cuadrados. Su poniente está bañado por el Océano Atlántico y su naciente limitado por los municipios de Artenara, al norte, Tejeda, al este, y Mogán, al sur.
El territorio se distribuye en dos áreas bien definidas: el Valle de La Aldea, perteneciente a la cuenca hidrográfica del Barranco de Tejeda-La Aldea, y las pequeñas cuencas adyacentes de Tasarte, Tasartico y Güi-Güí, por lo que se le considera "una isla dentro de otra isla".
 La población aborigen en esta comarca fue muy importante. Había un gran poblado, el más importante del oeste de Gran Canaria, en el que destacaba notablemente el de Caserones.
     La población canaria de esta época se extendía por todos los cauces de la cuenca, a modo de pequeños poblados, localizados cerca de los manantiales y aprovechando las solanas y oquedades del terreno: en la desembocadura del barranco principal de La Aldea, en Las Gambuesillas (gambuesa = lugar para encierro de ganado), Cormeja, Los Palmaretes, la Degollada de Los Corraletes, Artejeves, El Pueblo, Tocodomán-El Hoyo, la Degolladita de Gómez, Furel, Tasarte, Tasartico, Guguy (Güi-Güi) y, probablemente, en la zona baja, la tradicional franja fértil del valle de La Aldea, en la que, por roturarse desde los primeros años de la Colonización, fueron destruidas las construcciones canarias  (poblado de Los Caserones).
     En la Isla se desarrollaba una incipiente agricultura de regadío y de secano, que se alternaba con actividades pastoriles. Esta economía encaja perfectamente en el medio físico aldeano, rico en fértiles aluviones, diseminados no sólo por las márgenes del barranco principal, cuya población más importante fue la de Los Caserones, sino también en los distintos cauces de sus barrancos tributarios.
     La pesca, lógicamente, fue otro de los pilares básicos de aquella economía primaria de subsistencia, sobre todo en el poblado de Los Caserones. Aquí nos encontramos con la singular pesca en la "marciega", hoy El Charco. La pesca en los charcos costeros estaba generalizada entre los canarios, y en La Aldea perduró hasta tiempos recientes con el nombre de "embarbasca". Al respecto, Chil y Naranjo escribe de los antiguos canarios: "En los charcos profundos echaban la savia del cardón y de la tabaiba, con cuya sustancia se narcotizaban los peces, que subían luego a la superficie, en donde los cogían, método que aún se emplea en varios puntos de la isla y, principalmente, en La Aldea de San Nicolás, y se conoce con el nombre de "embarbascada". La "embarbascada" ha sido la base original de la fiesta popular representativa de La Aldea, la Fiesta del Charco, que se celebra cada 11 de septiembre.
     La localización en La Aldea de una importantísima explotación minera de obsidiana supone la posible existencia de un elemento importante en la economía del trueque, basada en su habitual utilización, escasez, esfuerzo de extracción y transporte desde la explotación, además de su operatividad para el cambio. Este vidrio volcánico no sólo se encuentra en los yacimientos arqueológicos de La Aldea, sino también esparcido por los restantes de la isla, lo que avala su importancia en el marco de la economía aborigen.
     En 1352 se establece en Gran Canaria una misión mallorquina con 30 frailes y 12 esclavos convertidos. Los datos sobre esta y otras expediciones son confusos. Lo cierto es que las primeras crónicas señalan que una de esas misiones mallorquinas se estableció en la playa de La Aldea, donde se erigió una pequeña ermita en honor a Aldea de San Nicolás, que debió estar ubicada en una de las cuevas que aún subsisten en El Roque.
     En los últimos meses de la Conquista, tuvo lugar en este término municipal el sangriento encuentro bélico de Ajódar (Tasartico), donde la resistencia canaria infligió a las fuerzas de ocupación la derrota más humillante que sufrió en esta isla. En ella murió toda una compañía de 200 ballesteros y su capitán, Miguel de Mújica, víctimas de un estratégico plan de defensa de los canarios. Las crónicas cuentan que, si no hubiera sido por la intervención del guanarteme converso, Tenesor Semidán, el propio gobernador, Pedro de Vera, también hubiera sido aniquilado por los canarios.
     Después de Ajódar, en un dilatado espacio de tiempo, ni crónicas ni relaciones históricas se ocuparán de recoger información sobre este valle, escribiéndose muy poco en los siglos siguientes sobre la lejana y olvidada Aldea de San Nicolás.
     A principios del siglo XVI, aparece vinculada una parte del valle de La Aldea, con las aguas que discurrían de Tejeda, a la familia de Pedro Fernández Señorino de Lugo, hermano de aquel capitán que más tarde sería nombrado por los Reyes Católicos como Adelantado de Canarias. Con posteriores traspasos en aquel siglo, tales derechos pasaron al noble Tomás Grimón, causante de la Casa Nava-Grimón, a la que los vecinos de La Aldea discutieron su propiedad durante siglos.
     A partir del siglo XVII se van consolidando en el valle de La Aldea propiedades agrarias particulares, por usurpación, en su mayor parte, de los espacios públicos. La Casa de Grimón, tras ganar a un grupo de colonos apoyados por el Cabildo, en 1645, un primer pleito y adquirir, por compras, otros cortijos, inicia un proyecto de acaparación de toda la banda Sur del valle y que, tras vincularla a su mayorazgo (1667), culmina, a excepción del cortijo de Tocodomán, sus descendientes, los Marqueses de Villanueva del Prado. La relación social establece el poder de éstos como terratenientes y a todo el pueblo como colonos, al partido de medias perpetuas. Esta posesión será conflictiva, debido a la fuerte y dilatada oposición que esta casa encuentra en los medianeros enfiteutas, que a lo largo de muchas generaciones protagonizan el célebre proceso histórico conocido por "El Pleito de La Aldea", que determina la historia del pueblo hasta su solución, en 1927, y sustancia un complejo proceso judicial, junto a largas y alternantes revueltas sociales.
     Durante el siglo XVIII se configuran los núcleos históricos de población de esta comarca, fracasa un intento de repoblación del suroeste, promocionado por la política reformista borbónica, y tienen lugar diversos amotinamientos en La Aldea, en el contexto de crisis de subsistencia, pleito socioagrario y usurpación de terrenos realengos. Al finalizar el siglo, la comarca alcanza una alta cota de crecimiento económico y demográfico (1.337 habitantes), en un momento de tránsito hacia el capitalismo agrario, un granero que abastecía no sólo otras zonas de Gran Canaria, sino también a la isla de Tenerife, a través de una red marítima con pequeños barquitos de vela.
     La consolidación del liberalismo en España, después de la muerte de Fernando VII, afectó al régimen jurídico de la tierra, con tres medidas revolucionarias: la abolición del régimen señorial, la desvinculación de los mayorazgos y la desamortización de los bienes eclesiásticos y del Estado. La desvinculación de los mayorazgos permitió a la Casa de Nava-Grimón poder hipotecar y vender su patrimonio, para hacer frente a los endeudamientos de su mala gestión económica, por lo que perderán, en 1892, su histórica hacienda de La Aldea, que pasará a la familia de los Pérez Galdós.
     Salvo el empuje económico que pudo suponer el cultivo de la cochinilla, no se produjo, en el siglo XIX, una alteración social y económica. En La Aldea se mantuvieron las estructuras casi feudales preexistentes. Prácticamente, en más de medio siglo apenas creció su población, lo que debió suponer una fuerte corriente de emigración hacia América, junto a una absoluta calma social, en constraste con las virulentas manifestaciones de finales del siglo XVIII y principios del XIX.
     En el período democrático que generó la Revolución de 1868, tuvo lugar la reactivación del viejo Pleito de La Aldea, que parecía dormido desde 1817. La restauración bórbonica, en 1875, permitió un control político del municipio, a lo que respondieron los vecinos con una insubordinación colectiva y el asesinato de Diego Ramón de la Rosa, secretario del Ayuntamiento, hecho que tuvo lugar el 19 de marzo de 1876, por haber mostrado este funcionario causa a favor del alcalde Marcial Melián, quien a su vez ejercía el cargo de administrador del marqués, habiendo intentado, en aquellos días, un deshaucio colectivo de los medianeros. Este asesinato puso la atención de toda Canarias en La Aldea, pueblo que fue tomado militarmente a punta de bayoneta y arrestado todos sus vecinos más influyentes, tras haber comprobado las autoridades indicios de causa común del pueblo en el lamentable suceso.
     El marquesado de Villanueva del Prado perderá finalmente La Aldea en manos de sus acreedores principales, los Pérez Galdós, quienes entrarán en posesión de la misma en 1893. En 1912, se registró la rebelión colectiva de los colonos en contra de la Casa Nueva. "La Aldea para los aldeanos" fue el grito de las nuevas generaciones contra la terratenencia y apoyadas desde el púlpito de la parroquia.
     En un nuevo cambio de titularidad de la conflictiva hacienda de La Aldea de San Nicolás, en 1921 se abrió un proceso litigioso de gran virulencia social, viéndose obligado el Gobierno a intervenir directamente. Tras la visita al mismo pueblo, el 14 de febrero de 1927, del Ministro de Gracia y Justicia, Galo Ponte y Escartín, se solucionaba para siempre aquel litigio de tres siglos de antigüedad: se expropiaba a los titulares de la finca en litigio o gran hacienda de La Aldea de San Nicolás (1.954 Ha.) y, a su vez, se vendían sus tierras y aguas, inseparablemente, a los colonos, para que por fin las disfrutaran, mediante el Decreto-Ley de 15 de marzo de 1927.
     Tras la solución del Pleito, se acelera el crecimiento económico y demográfico de La Aldea, que se paraliza en el período de la Guerra Civil y de la Segunda Guerra Mundial, época en que las exportaciones de tomates sufren un retroceso, con la introducción de cultivos alternativos para el autoconsumo y de caña dulce para una industria local de ron.
     El secular aislamiento terrestre se rompe con la apertura de la carretera general Agaete-La Aldea, en 1939. La comercialización del tomate pasará progresivamente a manos de empresas familiares locales, que controlarán todas las fuerzas productivas en un momento de máximo desarrollo económico y demográfico, traducido en una nueva fase de "hambre de tierra". El plano demográfico representa una auténtica explosión, producto de una altísima inmigración, y que pasa de los 2.000 habitantes que aproximadamente vivían en La Aldea en la década de los años 20 a los 9.000 que se contabilizan en 1965.
     Este período expansivo entra en crisis a mediados de los 60. Las causas pasan por un amplio abanico, desde condiciones climáticas y de comercialización adversas hasta incapacidad de gestión empresarial. En los años 70 tiene lugar la implantación del plátano como alternativa al tomate, cuyo fracaso, por una nueva sequía dilatada hasta final de la década, dará paso a la revalorización del cultivo y comercialización del tomate, esta vez con visión comercial, desde la perspectiva cooperativista y con nuevas tecnologías. La economía local de los 90 se abre con la incertidumbre que ofrecen los mercados de la Unión Europea.
     La representación más masiva de la artesanía aldeana podemos verla en el Aula Etnográfica que existe en el pueblo. Hombres y mujeres, a través de su trabajo, tratan de hacer que no se pierdan todas esas tradiciones que tan arraigadas han estado desde siempre en La Aldea. En este aula se trabaja el barro, la palma, el mimbre, el cuero, los cuchillos canarios, elaboración de traperas, etc... Existe también, en la misma Oficina de Información Turística, un espacio reservado para que esos trabajos que realizan los artesanos aldeanos puedan tener salida a través de la venta directa.
     En cuanto a cocina canaria se refiere, los productos típicos de la zona, aparte de lo que podemos encontrar en cualquier otro lugar del archipiélago, son:

http://jarutaco.lacoctelera.net

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