sábado, 30 de julio de 2011

Canarias / HOJAS DE ANTAÑO

«Es en Fuerteventura donde he llegado a conocer a la mar, donde he llegado a una comunión mística con ella»

UNAMUNO pisa suelo canario por vez primera en 1909, el año que erupciona el Chinyero, con motivo del estreno de su obra de teatro «La Esfinge» en el Teatro Pérez Galdós de Las Palmas. Un año después, regresa para actuar de mantenedor en los Primeros Juegos Florales que se celebran en la isla. Es sabido que el intelectual no era amigo de este tipo de actos, pero aceptó la invitación, lo cual fue muy aplaudido por los periódicos locales como «La Defensa» y «Diario de Las Palmas», que consideraban que don Miguel serviría de acicate para que la ciudad despertara de su letargo cultural.


Pero el rector de la Universidad de Salamanca, riguroso como acostumbraba, criticó duramente a aquellos que alentaban el llamado «problema canario» con sentencias como «cuando uno se aísla suele decir: no me conocen. Pero, ¿conoce él a los demás? No nos conocen, decís vosotros; pero, ¿conocéis vosotros? (…) ¿Es que tenéis un problema propio, exclusivamente vuestro? Pues estáis perdidos». Cortante en su oratoria, el discurso levantó ampollas en el público grancanario. Lo cierto es que Unamuno, consciente o no, removió conciencias en algunos jóvenes canarios que pensaban de forma similar al aguerrido intelectual. El bilbaíno se adelantó a muchos otros cuando defendió al Archipiélago como lazo de unión entre Europa y el nuevo continente: «Por aquí pasan de España para América, y de América para España, frutos materiales y espirituales». Sin embargo, los mismos medios que habían aplaudido su llegada, ahora le negaban el pan. «La Defensa», por ejemplo, aseveraba el 28 de junio de 1910: «Cuando el Sr. Unamuno estudie y conozca el problema canario en su aspecto interior y en sus manifestaciones exteriores, entonces tendrá derecho a dar su opinión».
Habrían de transcurrir 14 años para que Unamuno volviera al Archipiélago. Pero esta vez la invitación es forzosa, el dictador Miguel Primo de Rivera lo destierra a Fuerteventura. Resulta apasionante imaginar la estampa del pensador en Maxorata: rondaba los sesenta y la mayor parte de su gran obra ya había sido publicada. «Pedí a los míos, a mi familia, que ninguno de ellos me acompañara, que me dejaran partir solo. Tenía necesidad de soledad», escribió al respecto.
Pero la realidad fue bien distinta. Pronto se formó una tertulia en torno a él, que contó con la amistad, principalmente, de Ramón Castañeyra, comerciante y hombre de inquietudes culturales, al que dedica su obra «De Fuerteventura a París». También se recuerdan sus paseos, a camello, por las cercanías de Puerto de Cabras y sus excursiones al interior de la isla. Puede decirse que Fuerteventura caló muy hondo en la sensibilidad de don Miguel. Se identificó profundamente con la tierra majorera. Sebastián de la Nuez, que escribió mucho sobre las estancias del literato en Canarias, dijo: «Unamuno encuentra estilo únicamente en el páramo castellano y en la llanura desértica de Fuerteventura». El propio Unamuno había dejado escrito que «cada artista, cada escritor, y quizá cada hombre, lleva su propio paisaje dentro, configurado en su alma». Y es que el estilo de Unamuno, como su carácter y los rasgos de su rostro, estaba cortado a golpe de hacha: árido, sencillo, casi desértico. Y, además, fue aquí donde aprendió a sublimar la grandiosidad del mar: «Es en Fuerteventura donde he llegado a conocer a la mar, donde he llegado a una comunión mística con ella, donde he sorbido su alma y su doctrina».
Nos cuentan Federico Castro y Ana María Quesada que Fuerteventura también quiso recordar a Unamuno. A finales de los sesenta, el periódico «La Provincia» expone la idea de levantar una estatua en recuerdo del vasco. A finales de 1969, el poeta Chano Sosa ofrece a Fuerteventura una efigie esculpida por el escultor Juan Borges.

 http://www.abc.es

 Fuente foto:elalmanaque.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario