domingo, 31 de julio de 2011

El último ganadero de Afur

Benito Alonso, de 78 años, es el único en los caseríos de Anaga que tiene vacas 

Benito Alonso cerca del establo donde guarda un toro de tres años y en el que acumula sus aperos.
Benito Alonso cerca del establo donde guarda un toro de tres años y en el que acumula sus aperos. josé luis gonzález
PATRICIA MUÑOZ
SANTA CRUZ DE TENERIFE
Vivir en el campo y no tener conciencia de lo que pasa a tu alrededor es una forma de vida para muchas personas. Este es el caso de Benito Felipe, el último ganadero de Afur que cuenta con tres vacas, un toro y cuatro cabras.
El Cabildo de Tenerife le ha concedido un premio por el trabajo que realiza en las inmediaciones de este núcleo perdido en el macizo, pero Benito no sabe muy bien la razón. Recuerda que en varias ocasiones los técnicos de la institución han visitado sus terrenos, pero nada más. Al preguntarle por tal galardón, él lo tiene claro: "A mí los diplomas me dan lo mismo. Lo que yo quiero es que acondicionen la tierra para poder trabajarla".
Es una pena caminar por los terrenos de este vecino de Anaga. Las malas hierbas crecen a sus anchas y los cultivos brillan por su ausencia. Además, hay algo que no cuadra en la estampa: un Jeep abandonado. Pero Benito, de forma simple y escueta, relata el motivo por el cual no lo ha movido: "Se quedó sin batería". No hay que buscarle más explicaciones y además este vecino no tiene el carné de conducir. En su día fue a una autoescuela con la intención de realizar los exámenes pero decidió no hacerlos. Como para conducir por estos caminos de tierra no es necesario, así quedaron las cosas.
Las tierras de este emplazamiento necesitan una mano de chapa y pintura, pero sin ayuda no se pueden hacer milagros. O por lo menos eso es lo que piensa el último ganadero de Anaga que a diario atiende a sus rebaños. Solo pide que dos personas le ayuden a trabajar las tierras para que tanto la agricultura como la ganadería vuelvan a tener un papel importante en la vida de los vecinos de la zona. Para que no se pierdan las viejas costumbres.
Benito tiene 78 años, pero cuenta con la agilidad de un veinteañero. Se mueve por los barrancos de brinco en brinco y eso que cada bota pesa unos cinco kilos. Es de baja estatura y constitución delgada, si bien eso no le impide mover al ganado como si del hombre más fuerte se tratase. Los animales obedecen a Benito en cuanto él echa un grito pero lo más asombroso es la armonía que reina en este pequeño mundo aislado. En este rincón de Anaga el silencio chilla y los perros cuidan de los gatos.
A pesar de que en la actualidad en vez de cultivos florecen hierbajos, en el pasado el paisaje fue bien diferente. Caña dulce, tomates, batatas y uvas son algunos de los alimentos que Benito plantaba hasta que los terrenos perdieron el esplendor de épocas pasadas.
Eso sí, todo lo que cosechaba lo vendía para vivir de lo que de verdad le gusta: el campo. ¿Cómo transportaba todos esa cantidad de kilos a la espalda por este terreno agreste y por estas pendientes imposibles? Cargaba sacos y más sacos, cada uno de 40 kilos y, además, casi a diario. Ahora solo carga batatas aunque el peso sigue siendo el mismo. Parece mentira Benito eche tanto de menos esos tiempos.
Este ganadero está casado y tiene tres hijas, pero su pasión siempre ha sido el campo y estar con los vacas y las cabras. De hecho, cada día se acerca mínimo tres veces para ordeñar las vacas y comprobar que sus animales están en perfecto estado. Ese amor a la fauna y flora que existe en las inmediaciones de su casa es lo que le da fuerzas para luchar.
Su hogar se ubica a escasos metros pero en muchas ocasiones ha dormido debajo de los riscos que lo resguardaban de la tormenta y del frío. Puede que no sepa mucho de números y letras. Benito, eso sí, sabe lo que es necesario para activar los terrenos.
Por este motivo se enfada y se entristece al recordar este mismo lugar pero unos 30 años antes. Por el valle de Anaga pastaban 300 vacas, 3.000 cabras, 3.000 gallinas y hasta 200 cochinillos. De todo eso apenas queda nada. En Afur, por lo menos, solo Benito y sus inseparables compañeros de faena.
Muchos podrán pensar que Benito se entiende mejor con los animales que con las personas, y puede que sea así, pero él sabe de buena tinta que los políticos tienen mucho que decir para recuperar la productividad. Por eso les pide que vayan a conocer de primera mano el estado en el que han dejado los valles de Anaga. De hecho, hasta sabría como camelarles porque aunque no posea la mejor dialéctica, cuenta con una gran imaginación y facilidad de rima.
Este agricultor enlaza unas palabras con otras hasta crear en su mente una poesía. Versos llenos de significado y siempre de protesta. Ejemplo de ello son las rimas que creó para denunciar que les dejasen durante unos días sin luz. En ellas resalta la importancia de las personas y que no se les puede dejar sin electricidad por muy lejos que se encuentren del núcleo urbano. Y como esta, muchas más.
Esta facilidad en el verso nada tiene que ver con la imagen ruda que muestra este hombre solitario.
Nueva generación
Tantos años de trabajo al sol han pasado factura a este hombre. Las arrugas de la cara no pasan desapercibidas, aunque él asegura que se siente igual que si tuviese 30 años. Trabajar para es un placer para este vecino rural y por eso no quiere dejar esta actividad.
Él considera que hay trabajo pero que las nuevas generaciones están llenas de "mimosos". De esta manera define a los jóvenes y asegura que lo que existe hoy en día son "hombrecillos y no hombres". Benito se enfada cada vez que llegan los técnicos del Cabildo y no saben como ordeñar las vacas. Por este motivo él se ofrece a enseñar a los que viene detrás.
Está dispuesto a enseñar cómo ordeñar, cultivar y trabajar bien la tierra. Y no solo eso, sino que también adentraría a sus alumnos en el arte de educar a los perros. Es gran conocedor de esta materia ya que convive con un mínimo de cuatro, aparte de los 14 gatos que rondan a su alrededor. Lo haría de buena gana y solo cobraría, dice, un euro diario. Porque a Benito no le interesa el dinero ni las palmaditas en la espalda. Lo único que quiere es que no se pierdan las viejas costumbres y que la gente nueva "se despierte para que puedan hacer lo que yo".
El Cabildo le va a brindar un reconocimiento por su trabajo en favor de la conservación de los terrenos y la rica biodiversidad de estas montañas perdidas. Pero también por su contribución a la medicina . El mismo doctor de Anaga le hace consultas de vez en cuando. Las plantas que crecen en estos lindes tienen propiedades medicinales y Benito las conoce a la perfección. Es más, cree que son "mucho más efectivas" que los medicamentos.
Cuando Benito se muera no quedará ninguna persona que conozca como la palma de la mano estas tierras. Cuando él desaparezca no existirá quien pueda enseñar a las nuevas generaciones las técnicas de antaño y de esta manera se perderán. Benito cuenta con un gran legado, pero dice que necesita que le ayuden a enseñar a los demás, que la información pase a otras personas.
Este ganadero tiene cuerda para rato por la vitalidad que posee y además no le hace falta ir al médico. Masca plantas naturales que le curan cualquier resfriado. Puede que ese sea el secreto del último de Afur para conservar la fuerza.

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