sábado, 12 de noviembre de 2011

Granadilla de Abona al abrigo de los volcanes

Vieja tierra de guanches y de rojos volcanes, Granadilla de Abona es el tercer municipio tinerfeño considerando su extensión, tras Arona y La Orotava. Dato que, a su vez, no implica el abandono de la soledad. Más bien al contrario, pues las calles y los parajes de Granadilla continúan siendo el lugar perfecto para pasear con la única compañía del propio pensamiento… y de quién se desee.



 
Tal y como hoy se la conoce, Granadilla de Abona no nació hasta muy avanzado el siglo XVI. Antes, fue refugio de los muchos guanches, indígenas canarios, que no se sometieron a la voluntad de los conquistadores españoles. Los rebeldes de otros menceyatos llegaron hasta estas tierras pobladas de volcanes para ser acogidos por el Menceyato de Abona que, curiosamente, formó parte, en los albores de la conquista, de los Reinos de Paces, es decir, de aquellos que decidieron aliarse a los conquistadores. De épocas tan remotas, aún quedan testimonios arqueológicos de importancia, como las cuevas con necrópolis de Chiñama y La Jaquita y el Tagoror del Rey hallado en el barranco de igual nombre. Tras la conquista, estos lugares fueron otorgados como regalías reales al colonizador González de Cuño, quien dio nombre al señorío.

El hijo de aquél, de nombre Gonzalo González, ordenó levantar iglesia a “los adeudados de su mando, para que impusieran a siervos y esclavos adquiridos la edificación de Obra tan Sagrada, con la que purgar y redimir los males terrenales y para mayor Gloria del Divino Creador”. El templo, bajo la advocación de San Antonio Abad, adquirió el rango de parroquia el 30 de enero de 1617 y, desgraciadamente, fue destruida por un incendio. Sus ruinas sirvieron como cimientos para edificar la parroquia que, desde el siglo XVIII, se sigue utilizando en el municipio. El edificio es de bella talla, sin que la torre edificada en 1885 afee su estampa. El interior alberga retablo, tallas e imaginería de escuela canaria, mientras que los vasos sagrados repujados en plata llegaron al templo como donaciones por promesas de marinos que solicitaron la ayuda del santo para sobrevivir a los temporales de la mar.
También fue el fuego el que obligó a reconstruir el Convento de los Franciscanos. La fundación del mismo data de 1665 y fue destruido por un incendio en 1745. Los criados del señorío se encargaron de volver a levantar y poner en funcionamiento el cenobio. Cuando fue clausurado por los monjes, el edificio fue utilizado como corral de comedias, la mejor función que ha podido albergar tras ser convento, pues también guardó las oficinas municipales para ser dedicado, finalmente, a trastero y muladar.

Granadilla de Abona logró el nombramiento administrativo de municipio en el siglo XIX y, a principios del XX, el de cabeza de partido judicial. No obstante, todo ello no le sirvió para mejorar sus comunicaciones, pues la población no tuvo ningún acceso practicable por tierra. El único modo de llegar hasta ella desde el interior de la isla hasta el primer tercio del presente siglo era atravesar la montaña a pie, con mulas o con caballos. Sólo el mar servía para llegar hasta otros municipios hasta que la primera carretera fue construida por orden del primer gobierno de la Segunda República española.

Del mar a la luna
Aunque el municipio de Granadilla de Abona es el tercer municipio de la isla de Tenerife atendiendo a su extensión (ciento sesenta y dos kilómetros cuadrados), poca relación guarda con su demografía. Un total de veinte pequeños núcleos de población se dsitribuyen a lo largo y ancho de estas tierras donde no es raro encontrar numerosas viviendas derruidas. Destacan, aparte de la propia Granadilla, el pago de Las Vegas y Chimiche, donde, hoy, apenas sobreviven cinco familias. Por el contrario, El Médano, pueblo nacido al abrigo de una de las playas más extensas de Tenerife, ha sabido crecer combinando el turismo extranjero y el local, la placidez de un mar calmo y agradable con los alegres alisios aprovechados por surfistas, windsurfistas y voladores de cometas. La propia Granadilla es suficientemente atractiva como para obligar a un largo paseo por sus serpenteantes y coquetas calles, protegidos por la tranquilidad y el sosiego de épocas pasadas.

Sosiego que, por fortuna, se respira por todo el municipio. Este ocupa la falda de Guajara, áridas pendientes del sur de Tenerife que se rompen, bruscamente, en los barrancos de El Río y La Orchilla y los conos volcánicos de Cruz de Tea, Las Chozas, Chiñama, Montaña Gorda. La mayor parte de estas cumbres se encuentran integradas dentro del Parque Natural de la Corona Forestal, un amplia área considerada de alto interés científico, tanto por su geomorfología volcánica como por los elementos botánicos y faunísticos que contiene.

De todos ellos, hay varios que merecen una detenida visita. El denominado Paisaje Lunar es el resultado de un crisol creador de furia volcánica y paciente erosión. Montaña Roja es un gran cono volcánico que ha favorecido la instalación de pequeñas dunas o médanos. Los vientos se ocupan de trasladar la arenilla desgranada y asentarla sobre dunas fósiles, que alcanzan hasta un metro de altura. Las playas de El Médano y La Tejita (playa nudista, tranquila y protegida), al este y al oeste, respectivamente, son un inmejorable marco para este edificio volcánico de 170 metros de altura, caracterizado por sus rojizos materiales y los cortados verticales, provocados por la erosión marina, que configuran un acantilado de más de cincuenta metros de altura. A los pies de Montaña Roja, se encuentra el último paraje arenoso natural de la provincia, una laguna que recibe el nombre de La Mareta, refugio de una colonia de chorlitejos pantinegros y de más de cien especies de aves llegadas, de paso, desde el continente africano.

Montaña Pelada es un volcán levantado en contacto con el agua del mar, efecto que se ha traducido en un cono más ancho que alto y de un particular color claro cuya cubierta vegetal es lugar escogido para la nidificación de las aves marinas. Por último, señalar el conjunto de Montaña de Ifara y de Los Riscos, compuesto por dos conos realtivamente recientes, Los Desriscaderos, la Montaña de las Coloradas y el Barranco del Río donde botánicos y vulcanólogos investigan permanentemente.

Hacia la luna
El Paisaje Lunar de Granadilla de Abona se ubica en el  límite con la falda de Guajara. Esta cumbre, la segunda más alta de la isla tras el conocido Teide, alcanza los dos mil setecientos dieciocho metros. En su cima, el viento juguetea con las pumitas, un material volcánico de color blanco que ha ido adquiriendo formas de chimeneas y roques capaces de recordar a las célebres torres de la Sagrada Familia de Gaudí o, aún más lejano, a la superficie lunar. Para llegar allí, se debe abandonar la ciudad de Granadilla por la carretera C-821. Catorce kilómetros y trescientas sesenta y cinco curvas más allá llevan hasta el municipio más alto de España, de nombre Vilaflor. Aún se debe continuar la marcha por carretera durante otros dos kilómetros hasta encontrar, a la izquierda, la pista forestal que asciende hacia el campamento de la Madre del Agua por Lomo Blanco. Otros nueve kilómetros de cohce llevan hasta el inicio del sendero del Paisaje Lunar.

El paseo a pie hasta tan singular luna tinerfeña no alberga ningún tipo de dificultad, contraste con la espectacularidad del paisaje. Apenas una hora de camino por un sendero cubierto de lava que discurre entre pinos conduce hasta el margen izquierdo de un pequeño barranco. Allí mismo se encuentra el llamado Paisaje 
Lunar, donde se funde el verde, el negro y el blanco.

El regreso puede hacerse por el mismo recorrido por el que se ha llegado o, por el contrario, es posible continuar por el cauce del barranco hasta el campamento de La Madre del Agua. Por este sendero, se ven aún los pinos breados, de los cuales, antes, se extraía la savia para muy diversas utilidades naúticas. Además, un día despejado permite observar las cumbres hermanas de Gran Canaria y el sorprendente mar de nubes.




 

No hay comentarios:

Publicar un comentario